Impresionante

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Es innegable que la democracia venezolana necesita darse un baño de legitimidad. Los fines que debe perseguir y cumplir el Estado no se agotan simplemente en el esqueleto jurídico que lo sostiene, sus tareas van más allá de lo formalmente establecido desde la óptica del Estado de Derecho; sus finalidades también caen en el terreno de la satisfacción de las exigencias y necesidades del cuerpo social. Lamentablemente hemos tenido un Estado reiteradamente incapaz de cumplir con las tareas mínimas que le corresponden.
Ese Estado, creación de la democracia que nace en 1958, y que tuvo logros innegables, ya no responde a las necesidades internas de Venezuela, ni a las necesidades externas de cara a un mundo cada vez más competitivo. La firma del Pacto de Punto Fijo y el consecuente desarrollo de nuestro sistema político fue el producto de un gran consenso de élites que tuvieron la visión, humildad y sabiduría necesaria para deponer intereses individuales y grupales, para abrir el paso a un proyecto histórico de nación. Los partidos políticos, la Iglesia, las Fuerzas Armadas y las organizaciones empresariales y sindicales asumieron el diálogo y el consenso como instrumento de lucha para mantener la paz social y el equilibrio institucional. Los beneficios son innegables: ser hoy por hoy el ejemplo de democracia más respetado en América Latina, el ejercicio de derecho como la libertad, la igualdad, el sufragio, la alternabilidad en el poder, la apertura del sistema educativo, el aumento en la expectativa de vida y la alfabetización, entre otros, forman parte de una gran realidad que debemos valorar a pesar de las dificultades que atravesamos.
Esa Venezuela que nació de una firma el 31 de octubre de 1958, jurídicamente establecida el 23 de enero del 61 con la promulgación de la nueva Constitucion debatida por aquellos que habían resultado triunfantes en las elecciones de diciembre de 1958, necesita hacerse eficiente, abandonar el territorio de la retórica para pasar al territorio de las concreciones, hablar menos y hacer más es una de las exigencias de las sociedades modernas frente a quienes manejan el aparato estatal y a quienes tienen la posibilidad de liderizar y gerenciar los cambios.

El país va cayendo en una cultura de la exhibición de las más variadas formas de indigencia. Crecen las manifestaciones de pobretear. Esta Venezuela tan joven, tan rica y tan privilegiada por la naturaleza, la hacen lucir provecta. Hormiguean en las ciudades las más variadas y hasta ingeniosas formas de sacarle provecho a las circunstancias más infortunadas. Nos enfrentamos cotidianamente con los que piden dinero para una prótesis, unas medicinas, un pasaje, una operación, para un entierro, para un café, para los niños de la calle, para un centro de rehabilitación, para una y mil necesidades más. En este crecido número de pidienteros hay los que de verdad necesitan y hay los que aprovechan la crisis para vivir a espaldas de los demás. Y no dejan de colarse los pidenteros cuello blanco. El Santo Rabino dijo que a los pobres siempre los tendríamos con nosotros. Pero con esto no quería significar que los actuales gobiernos deberían propiciar o permitir que la pobreza se nacionalice como caldo de cultivo para la proliferación de los maniquíes del dolor y la miseria.

Este es acaso el único país petrolero sentenciado por algún fatalismo a enriquecer políticos para que los pobres se hagan más miserables. No habrá quién nos gobierne en tal forma que la riqueza por fin se reparta con equidad?.